lunes, 9 de mayo de 2011

Joya nunca taxi

Tengo la teoría de que a medida que van pasando los años uno va perdiendo cordura con el mismo ritmo con que pierde la tonicidad el culo, y los hombres el pelo.
Pasé muchos años protegiendo mi razón. Evitando los traumas, los golpes, las situaciones que pudieran llevarme al borde: No se puede. Es como querer evitar las arrugas en la piel. Te ponés raro y desagradable. Como esas viejas plastificadas a las que no les podés adivinar la edad pero sí las mañas.

El cuerpo se desgasta por vivir, por las cosas que te pasaron por encima: las trasnoches, la comida chatarra, el rocanroll. La mente también. 
- Es difícil encontrar una mina de 30 que esté entera psicológicamente, una vez me dijeron. Y... también es difícil encontrar una mina de 30 que no tenga celulitis, pensé yo.

Yo me consideraba bastante entera. Hace unos años. Había logrado conservarme bastante al costo de quedarme siempre afuera, de verla pasar. De no enroscarme con nada, de no engarcharme. De no exponerme a situaciones que te rompen un poco, que te queman neuronas, como el sol de enero a las 2 pm.
- Nena, las quemaduras del sol son acumulativas, me decía mi mamá. Y la piel ya nunca te queda igual: Las quemaduras mentales se ve que también.
A mis 29 ya noto las grietas. Las reacciones distintas. Los desbordes. Las manías. La distorsión de la realidad. Los pozos donde antes estaba todo lisito y firme.

No pienso luchar mucho. Imaginate que todavía nunca me compré una crema anti-age.
Tendrán que soportar mis rayaduras del uso.
Morirme con los plásticos puestos me parece poco glamoroso.

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